En un país como este la inversión extranjera es cosa seria. Desde le entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) hace 25 años, México se convirtió en un país de manufacturas; produce y exporta más productos de este tipo que toda Latinoamérica en su conjunto: automóviles, equipos de transporte, piezas automotrices, televisiones y otros electrodomésticos.
Como se ha dicho hasta el cansancio, parte de este “éxito” se debe a lo barato de nuestra mano de obra. Fabricar un automóvil aquí le cuesta a una gran armadora hasta 12 veces menos que hacerlo en otro país, pues los salarios de los obreros mexicanos son de risa comparados con lo que ganaría un trabajador similar en Estados Unidos o Canadá. La reforma laboral aprobada el pasado mes de abril tiene como uno de sus objetivos equilibrar esta balanza.
Esto también explica los temores de muchos empresarios ante las amenazas comerciales que Donald Trump ha lanzado sobre nuestro país desde que era candidato. El 80 por ciento de las exportaciones mexicanas dependen de la Unión Americana. Si Estados Unidos saliera de este bloque comercial provocaría una inminente sacudida en la economía de las tres naciones que lo integran, pero en el caso de México dicha embestida podría convertirse en colapso.
El tema está lejos de haberse superado. Aunque el 30 de noviembre del año pasado los Presidentes de México, Canadá y Estados Unidos firmaron el nuevo T-MEC, hasta la fecha el congreso estadounidense no lo ha ratificado. Por otro lado Trump está en guerra comercial con China, se encuentra en campaña por su reelección, y aprovecha cualquier cosa -hasta una crisis migratoria- para hacer de nuestro país su “piñata política”.
Esta tormenta perfecta se completa con el factor interno: la economía mexicana se ha desacelerado. De acuerdo con datos del INEGI creció 0.0 por ciento en el primer semestre de 2019 (es decir, realmente no creció), el crecimiento de la actividad industrial también es nulo. La construcción se contrajo 2.9 por ciento, la minería 1.1. Las industrias manufactureras crecieron sólo al 1.1 por ciento. La obra -tanto pública como privada- está prácticamente detenida.
La mayoría de los economistas serios coinciden en lo mismo: el estancamiento económico de México tiene factores externos (desaceleración mundial, guerra comercial de EUA con China y ahora también la debacle argentina), pero también hay causas internas: la política económica de Andrés Manuel López Obrador ha puesto inquietos a los grandes capitales. La cancelación del NAIM el año pasado, así como la suspensión de importantes proyectos y subastas en el ramo energético tienen detenida la inversión.
La lógica de un gran inversionista es esta: en lo que México define su política económica y me brinda mayor certidumbre, el dinero que tenía destinado a ese país lo guardo, o lo mando a otro lugar.
En este marco la Secretaría de Economía dio a conocer la semana pasada los datos de Inversión Extranjera Directa correspondientes al primer semestre de este año. A nivel nacional se recibieron 18 mil 102.4 millones de dólares, 18 por ciento menos que en los primeros seis meses del año pasado.
El caso específico de San Luis Potosí no es más alentador: entre enero y junio de 2018 nuestra entidad recibió 694.9 millones de dólares pero en el mismo periodo del presente año la cifra cayó hasta 265.1 millones de dólares. El desplome es del 71 por ciento. Los datos de la dependencia federal también muestran que en el rubro donde la entidad recibió más flujos foráneos fue en el etiquetado como reinversión de utilidades (295.7 MDD), las nuevas inversiones sólo ascendieron a 171.2 millones de dólares y en el sector llamado cuentas entre compañías hubo pérdidas por 41.3 millones de dólares. Pero eso no es todo, Estados Unidos ha dejado de ser el principal socio comercial de San Luis Potosí. En los primeros seis meses de este año la nación que más ha invertido en San Luis es Japón, seguido de Canadá. Estados unidos ha caído hasta el tercer puesto. Alemania –con todo y BMW- registró pérdidas: la nación teutona dejó de invertir en este periodo 99.4 millones de dólares en San Luis Potosí.
Hay que recordar que el auge manufacturero de México fue aprovechado en su momento por el cinturón industrial del Bajío. Entidades como Querétaro, Guanajuato, Aguascalientes y San Luis Potosí han presumido desde hace años que tienen un crecimiento económico por encima de la media nacional, principalmente gracias a los flujos de inversión foránea que reciben.
En estos tiempos de “batallas por la realidad” y “confrontaciones de datos”, el presidente López Obrador ha lanzado algunas provocaciones las cuales muchos de sus seguidores replican: que no importa la falta de crecimiento porque lo valioso es el desarrollo; que ahora se distribuye mejor el ingreso y por eso se crece menos; que no importa el dato del 0.0 por ciento porque son más representativos el tipo de cambio estable y la inflación controlada. Al final todo eso es política, grilla, retórica, ruido. López Obrador no deja de ser un político.
La economía es mucho más clara de lo que podría desear la demagogia: un Estado no crece si no hay inversión, la redistribución del ingreso depende no sólo de programas sociales sino de incentivar empleo, emprendimiento y mejores salarios; la estabilidad en la inflación y el tipo de cambio son resultados de la inercia que trae consigo la política monetaria del Banco de México desde hace años. La inversión extranjera está cayendo.
Cito a Raymundo Tenorio, profesor emérito de la Escuela de Economía del Tec de Monterrey, quien como parte de una entrevista en mayo pasado me dijo: “el mejor indicador para medir la economía de un país no es el Producto Interno Bruto, sino la Inversión Fija Bruta, la cual va en caída permanente desde hace meses. Esto se refiere a todo lo que te imagines en los activos fijos de una empresa. Ahí entra también la Inversión Extranjera Directa”.
Bajo esa lógica, a San Luis Potosí -lugar que si no fuera por Donald Trump hoy seguiría siendo vendido como el estado de las tres armadoras-, no le está yendo bien. No es cuestión de falsos dilemas entre “desarrollo, ingresos y crecimiento”, lo que detona la productividad, ingreso y empleo en el Bajío, y particularmente en nuestro estado, se está desplomando. Se llama inversión.
Los argumentos del mandatario mexicano para detener inversiones y proyectos son básicamente dos: combate anticorrupción y soberanía nacional. Pero su estrategia es extraña: salvo la reforma laboral que fue más una imposición de Estados Unidos y Canadá, no veo en la agenda de la 4T una acción clara enfocada en abatir los negocios fuera de la ley.
No se fortalecen instituciones auditoras ni reguladoras; el Sistema Nacional Anticorrupción está abandonado; tampoco se fomenta la construcción de leyes más severas y de un estado de Derecho firme que garantice certeza empresarial y legalidad desde el Estado.
En lugar de eso se cancelan proyectos de forma arbitraria y se vulneran instituciones. Esto no se ha traducido en una disminución de la corrupción pero sí en menos inversión, y por tanto, crecimiento cero. Eso sí, el poder político está por encima del económico –cualquier cosa que eso signifique-.
Ante esto, los estados industrializados –incluido el nuestro- tienen grandes retos.
Independientemente de lo que haga o deje de hacer la administración federal: ¿qué hará el gobierno de San Luis Potosí para atraer nuevas inversiones y detener la actual caída en la inversión extranjera?, ¿basta con esperar las dádivas presupuestales de la federación o es tiempo de ir más allá?, ¿cómo?, ¿qué hará el empresariado local para no dejar solo al Estado en el reto de recuperar confianza?, ¿cómo se suplirá el apoyo que brindaba Pro-México a la promoción de la entidad?
¿Cuál será la narrativa o estrategia que haga de San Luis un estado atractivo para la inversión a pesar de la política económica de la 4T?, ¿cómo convencer a un inversionista extranjero que puede apostar por la entidad potosina pese a ser parte de una federación cuyo presidente detiene inversiones con consultas a mano alzada y sondeos “patito”, y tiende a pensar que ser empresario y tener dinero son sinónimos ineludibles de corrupción y mezquindad?, ¿qué hace el Estado, por su cuenta, para abatir la corrupción que se da entre el gobierno y sector privado?, ¿por qué en un año Estados Unidos pasó de ser el primer socio comercial del estado al tercero? Son preguntas que, si los tuviera frente a mí, me encantaría hacerles al gobernador de San Luis Potosí y a su secretario de desarrollo económico.





