Soul, el 2020 y un homenaje a la vida

Corte de Caja, una columna de Luis Josué Martínez.

La mayor satisfacción de vivir está en la vida misma. Los logros, los sueños cumplidos, las metas alcanzadas, los propósitos realizados son un “extra”, un regalo. El simple hecho de respirar y poder experimentar las bellezas y sinsabores de este mundo es ya un privilegio que pocas veces atesoramos. Así podría definirse la premisa de Soul, la nueva película de Disney Pixar, estrenada el pasado 25 de diciembre en la plataforma Disney+.
 
Antes de seguir con esta lectura debes saber que estás por leer una breve reseña que sin remedio cometerá uno de los mayores sacrilegios periodísticos de nuestro tiempo: spoilear.

Hecha la advertencia, continuemos.
 
Soul es la historia de Joe Gardner, un músico de jazz radicado en Nueva York. La cinta no especifica su edad pero debe andar por los cuarenta. Su sueño de toda la vida es ser un jazzista exitoso, cosa que él entiende como ser famoso y tocar el piano en los clubes de jazz más respetados de la ciudad.
 
Sin embargo, la vida no ha resultado así. Es maestro de música en una secundaria donde, como todo profesor en las mismas circunstancias, debe lidiar con adolescentes desinteresados, una vida rutinaria y las aburridas aunque “estables” condiciones laborales de la clase media. Cierto día y de forma sorpresiva es invitado a tocar en la banda de Dorothea Williams, la jazzista del momento en la “Gran Manzana”. Tras un accidentado casting es aceptado en el grupo pero al salir de la audición, distraído por su propia efusividad, cae en una alcantarilla en reparación y muere.
 
Inmediatamente su alma es trasladada a al “Más allá”, que según este guion se divide en dos partes: “El gran antes” y “El gran después”. En el primero habitan las almas por nacer, las cuales deben ser instruidas por almas que ya vivieron –entre estos mentores hay desde sencillos oficinistas, hasta destacados ingenieros o médicos, e incluso personajes históricos como William Shakepeare o Albert Einstein-. La graduación de este proceso se da cuando el alma encuentra su chispa, es decir, su razón de vivir. Es entonces que puede ir a la Tierra a nacer.
 
Por otra parte, al “Gran después” van quienes han muerto. El espectador nunca ve ese sitio. Sólo apreciamos la gran escalera móvil en la que millones de almas son conducidas a su destino eterno. Ahí está Joe Gardner cuando recuerda que murió justo en el momento que su vida empezaba a tomar el rumbo que siempre había soñado.
 
Lo que vemos a continuación es la lucha del protagonista por regresar a la Tierra, en esa divertida odisea conocerá a uno de los más entrañables personajes de la cinta, 22, un alma que lleva siglos estancada en el “Gran antes” pues ningún mentor ha logrado que entienda cuál es el sentido de nacer. Para esta sarcástica y gruñona almita, no hay razón válida por la que alguien quisiera ir a la Tierra a vivir.  A través de las edades ni siquiera maestros como Aristóteles, George Orwell o la Madre Teresa han podido convencerla de lo contrario.
 
Tras diversas situaciones, 22 llega por accidente a la Tierra, pero en el cuerpo de Joe. Y a partir de ese momento ambos entenderán, cada uno desde su perspectiva, que la chispa de vivir radica en la capacidad que cualquier ser humano tiene de encontrar sentido y magia en todo lo que nos rodea, inclusive en las cosas más sencillas.
 
Gardner persiguió a lo largo de su vida un anhelo, el ideal que construyó en su mente de satisfacción, plenitud y propósito, materializado en el éxito profesional. En su afán por alcanzar dicho destino se olvidó, por ejemplo, de valorar el privilegio que tenía de acercar a jóvenes a la música y ayudarlos a descubrir sus talentos. También había dado por hecho que sólo las personas que emprenden “grandes cosas” son quienes logran vivir realmente, sin advertir, como lo descubre 22, que la vida también es sabores, olores, amar, reír, desilusionarse, fracasar, levantarse.

No todos seremos premios Nobeles, líderes mundiales o estaremos en los libros de historia, pero al apreciar la existencia como un auténtico tesoro cada ser humano es capaz de encontrarle sentido y hallar su propósito. En la película Braveheart (1995), el personaje de William Wallace, interpretado por Mel Gibson lo explica así: “todos mueren, no todos viven realmente”.
 
Me he encontrado en los últimos días con algunas personas que no comparten el mensaje de la película. Hay quienes ven en la cinta dirigida por Pete Docter un intento simplón de adormecer el sentido crítico de los espectadores (¿una película animada puede hacer eso?).

Muchos ven en este filme una historia que nos seduce a no dimensionar las fallas estructurales de la sociedad. Creen que, mediante la nueva ficción de Pixar, se impone una visión en la que satisfacción, realización o felicidad son una responsabilidad enteramente personal que no toma en cuenta los problemas y situaciones que el ser humano es incapaz de transformar en su entorno por más que se esfuerce, o por más que “viva la vida”.

Nuestros países latinoamericanos son un claro ejemplo de esto, naciones sin piso social parejo donde los más rezagados de la pirámide tienen todo en contra para escalar. Una historia como la de Soul luego de un año como el 2020 puede ser ofensiva para muchos. No es sencillo hablar de apreciar la vida en sus detalles más simples cuando una pandemia ha sacudido al planeta, miles han muerto y crisis sociales y económicas se han desatado en cada nación del orbe.
 
Entiendo esta postura, pero creo que el mensaje de la película no es que la felicidad tenga su origen en “echarle ganas” sin advertir nuestras carencias contextuales. Tampoco es intención del filme debatir sobre los problemas estructurales de la sociedad y en qué medida estos inciden en la satisfacción personal.
 
El propósito de la historia es simple, no por ello superficial, además de ser universal y atemporal. Al menos yo lo entendí así: en ocasiones estamos tan preocupados por cumplir ciertos sueños o ideales que estos se vuelven obsesiones; en el afán de saciar tales deseos nos olvidamos de disfrutar el proceso, y por consiguiente, también nos olvidamos de simplemente vivir al máximo o disfrutar el hecho de estar vivos.
 
¿Cuántas veces nos afanamos en objetivos profesionales, laborales o emocionales que no resultan como queríamos y hacemos de esos fracasos algo que nos define y esclaviza? Cuando en medio, y a pesar de esos procesos, la vida está saturada de cosas extraordinarias que damos por sentado, regalos increíbles que muchas veces nos olvidamos de agradecer y apreciar. Perdemos la capacidad de asombro.
 
Lo que el guion de Soul busca transmitir me recordó a aquel monólogo final pronunciado por Emily Webb, la protagonista de la obra de teatro Nuestro pueblo (1938) de Thornton Wilder. A punto de abandonar la Tierra para definitivamente viajar “al mundo de los muertos” se percata de que jamás volverá a tomar una taza de café caliente por las mañanas, que nunca sentirá de nuevo el placer de dormir cansada para despertar al siguiente día y estirar el cuerpo; que ya no podrá abrazar a sus padres y tampoco se pondrá un vestido recién planchado, y con mucho amor se despide de todo eso, “Oh Tierra, eres tan maravillosa que nadie te entiende”, dice antes de partir.
 
Algo similar vemos en el final de la película Belleza americana (1999) de Sam Mendes. «Es difícil estar enojado por lo que me pasó cuando hay tanta belleza en el mundo», dice Lester Burnham, interpretado por Kevin Spacey. Luego enlista sencillos pasajes de su vida que visualiza en el segundo previo a su muerte y que se convierten en un suspiro eterno; cosas tan simples como ver hojas de maple caer en el otoño, estar recostado en el campo viendo las estrellas, la primera vez que vio el flamante Firebird de su primo Tony, a su esposa Carolyn y a su hija Jane, “y no puedo más que sentir gratitud por cada instante de mi corta y estúpida vida”.
 
Las tres historias (Nuestro Pueblo, Belleza Americana y Soul) tienen algo en común. Sus protagonistas tuvieron que morir para apreciar el tesoro de vivir. Veo una película como Soul y no olvido que 1 millón 835 mil personas han muerto en el mundo por Covid-19, de estas casi 130 mil son mexicanas. Tampoco he dejado de recordar que nuestro país y el planeta entero atraviesan la peor crisis económica en un siglo y que en medio de todo esto la violencia criminal no ha dejado de acentuarse en cada rincón del territorio nacional. Es imposible no sentir indignación e impotencia cuando leemos que durante 2020 en México 4 millones de empleos fueron destruidos, más de 10 mil empresas dejaron de operar y casi 11 millones de personas se sumaron a las filas de la pobreza.

Pero también recuerdo que el año que recién concluyó dejó en cada persona y familia muchas razones para sentir gratitud; estamos llenos de historias de valor, amor, empatía y supervivencia. Me doy cuenta de que este planeta es mucho más que el 2020, el coronavirus y sus crisis. Un día todo esto pasará. Muchas de las cosas que me daban felicidad en 2019 no se han ido y sé que seguirán presentes en ese mundo post pandemia que hoy aún se ve lejano.

Para la próxima entrega esta columna retomará su objetivo habitual, el análisis periodístico de los sucesos políticos y económicos de San Luis Potosí, México y el mundo. Pero para iniciar el 2021 y reiniciar estas colaboraciones quise hacer un alto que nos permita apreciar y agradecer las cosas buenas que aún tenemos. La genial obra de Pixar me ha parecido el pretexto perfecto.
 
No dejemos de mirar la realidad con ojos críticos. Tampoco desistamos en la lucha por exigir mejores gobiernos y sigamos peleando por los cambios que las sociedades reclaman. Pero en este viaje que un día terminará con nuestra alma caminando hacia otro destino, jamás nos permitamos un ápice de indiferencia ante el fascinante milagro de estar vivos.